EN TIERRAS DE CUENCAEn esta ocasión les contaré un poco del último viaje durante el mes de Julio de 2006 por tierras de Cuenca.
El caso es que Juan Manuel me invitó a visitar su finca y pasar unos días conociendo un poco más de las ballestas, pues él se había comprado una Horton Hunter Max 175, y mientras podríamos rentabilizar el tiempo con la posibilidad de hacer un descaste de ciervas.
El motivo es el de siempre, en las fincas con aprovechamiento al hacerse monterías siempre se eleva el número de hembras y hay que mantenerlas dentro de los límites que la limpieza de genes y la capacidad de la finca permiten.
En esto Juan Manuel lo tiene muy claro y es admirable el trabajo que hace tanto para mantener la "buena sangre" de sus ciervos como el mimo que pone con los jabalíes, una dedicación sorprendente por lo costosa, el trabajo que lleva y los resultados tangibles que consigue.
Este viaje comenzó como todos, planificación
de fechas, reserva de billetes,...
Hasta ahí todo normal, pero lo mejor
resultó que las fechas coincidían con la visita papal a Valencia,
y ahí comenzaron los problemas de tráfico, de desplazamientos
y para colmo de males, con los equipajes.
La ciudad de revolucionó con los cientos de miles de personas que acudieron a ella por esa fechas, pero ese no fue el problema, mi problema fue que me dejaron el equipaje en la primera escala del vuelo, Sevilla, y hete aquí que la primera tarde y el día siguiente lo perdimos por culpa del extravío de la maleta con la ropa y del arma (el colmo vaya).
Si bien es cierto que las localizaron pronto, no había posibilidad de traerlas y entregarlas hasta el día siguiente (viernes) y además había que personarse nuevamente en el aeropuerto puesto que la ballesta había que recogerla en persona en la intervención de armas (lógico y normal).
Resultado, pues que nos marchamos a la finca y ya eran las tantas de la tarde, apenas una ojeada a las instalaciones de cuidado de los animales, almacenes de comida, depósitos de agua y algunas cosillas más justo antes de ponernos una ropa de camo de las que milagrosamente llevaba una en la mochila de mano junto con las cámaras, la ballesta de Juan Manuel y nos pusimos detrás de unas jaras para hacer una esperita antes de perder toda la luz.
No tardaron mucho en acudir un grupo de machetes al grano esparcido delante de nuestro puesto, aunque no eran nuestro objetivo pudimos apreciarlos en detalle desde muy cerca puesto que llegaron a estar apenas a unos 7 u 8 metros de nosotros.
Tras una espera de hora y media no conseguimos que las hembras de descaste se acercaran a nuestro puesto, sólo pasó un grupo pero por una senda al final del llano donde nos encontramos, a unos 100 ó 120 metros, se dirigieron a una mancha de jaras y no volvimos a verlas ese día.
Luego, pasamos todo el rato en busca de los
cochinos, caminando por las pistas que se encuentran flanqueadas por manchas
de jaras de más de un metro, nos dimos de bruces con algunos grupos,
cuando ellos nos tenían al viento, oíamos sus resoplidos
y carreras, pero cuando nosotros teníamos el aire de cara los sustos
eran mayores, se daban cuenta de nuestra presencia apenas a 6 ó
7 metros y las carreras y los gruñidos eran bastante sonoros.
Decidimos ir a cenar antes de dar una vuelta,
ya de noche, para ver otros sitios de la finca donde los cochinos tenían
alimento y era fácil encontrarlos.
Unos buenos bocadillos, fruta, vino y agua
a la luz de las lámparas en el cenador, al aire fresco de la sierra,
sin otro sonido que el que producen grillos, búhos y otra fauna
de actividades nocturnas es bastante más relajante que muchas de
las comidas que hacemos en restaurantes de la ciudad, un lujo en todo caso.
Tras la cena y un rato de charla, a eso de las 11 de la noche comenzamos el paseo por la finca, yo personalmente no había visto tantos cochinos en mi vida. He de reconocer que el jabalí es un animal que me atrae mucho, por su resistencia, por su desconfianza, por lo duro que es, y por muchas otras virtudes, es el favorito de muchos cazadores ya sean de arma de fuego o de arco y ballesta.
La colección de rayones, bermejones, cochinas jóvenes, viejas y algún macho de mediano porte fue tal, que me quedé extasiado para una buena temporada. Me contó Juan Manuel, que en la montería que da en la finca (junto con sus socios pues son tres) se ha visto siempre correspondido por los animales y son numerosas las capturas de los participantes (dentro de las normas aplicadas) pero además con bastantes trofeos y medallas, lo que habla de la buena gestión de esta finca.
Por esa noche no hubo más y a eso de
la una y media nos hicimos el camino de vuelta hasta el alojamiento, una
ducha y a dormir con lo puesto.
Al día siguiente, viaje de vuelta
a Valencia y a su aeropuerto (Manises) para la recogida del equipaje. El
aeropuerto.... imposible de gente, las colas para recuperar maletas...
ni se movían,... en fin tras perder una hora, en la cola consigo
averiguar que para la recogida no hacía falta esperar porque ya
estaba avisado.
Recojo los bártulos y acompaño
a Juan Manuel que se marchaba por cuestiones de trabajo a Baleares.
Media hora más tarde me llama Manolín, vamos a la finca al terminar su horario laboral, lo justo para salir y llegar a la finca con el mínimo de tiempo para hacer una espera esa tarde.
Tras el viaje de más de hora y media, nos cambiamos y preparamos para una espera con unos animales muy concretos, hembras primalas, esa era la condición marcada para que pudiésemos tirarles.
José Luís el guarda nos lleva a los puestos en el Land Rover, modelo clásico e incombustible.
Soy el penúltimo en bajarme, mi puesto
se encuentra lateral a un pequeño campo paralelo a la pista de tierra,
sobre una pequeña ladera separada por el pequeño campo de
labor por una barranquera de un metro y medio de profundidad. Total que
me encuentro en una mancha de jaras de entre un metro y un metro y medio
que me rodean y estoy unos 3 metros por encima del llano donde se cultiva
el grano para los animales en estos momentos roturado y suelto con un poco
de cebada y maíz para atraerlos.
Frente a mí y al otro lado de la pista
una ladera de más de 200 metros que asciende de forma suave y totalmente
cubierta de jaras altas, con algunos pinos dispersos.
Me preparo el sitio rápidamente, tenso la cuerda, compruebo la flecha (Horton carbono de 20 pulgadas), compruebo la punta (G5 Montec de 100 grains), la coloco, compruebo la orientación de plumas y cuchillas, compruebo el seguro y todo listo, a esperar.
En esta ocasión son varios los grupos que se mueven cuando entran en confianza, primero dos hembras maduras con un cervato, luego cuatro machos con cuernas de 6 puntas, luego otra hembra con un cervato ya destetado y así durante una hora.
Sus cabezas no dejaban de controlar lo que ocurría alrededor y como tienen mejor oído que yo, en cuanto uno levantaba la cabeza y orientaba sus orejas en una dirección, ya sabía yo que al poco aparecería un nuevo animal, efectivamente, un grupo de 6 machos de buen porte que entran al trote y sin pedir permiso se dedican a comer sin miramientos, quizás por las 14 o 17 puntas que algunos de ellos ostentaban, unas cuernas de respeto y eso que aún mantienen ese fieltro que las protege, pero animales de buen porte de todas formas.
Los últimos en llegar, una hembra con un cervatillo como los de las películas, pequeñín, profusamente manchado de blanco e inseparable de las patas traseras de su madre, siempre preocupada y buscando un sitio para comer algo sin molestar a los machos y donde no sea molestada.
Cuando casi me había hecho a la idea de que únicamente iba a disfrutar del panorama zoológico que tenía delante, las cabezas se mueven y señalan la llegada de una nuevo ejemplar, se encuentra a más de 90 metros pero ellos la oyen con claridad, cuando sale de la mancha y cruza la pista mi corazón se vuelve loco y me tiemblan las piernas, una primala excelente.
No veo la forma de colocarme para verla claramente
y apreciar si es lo que buscamos, color, ubres, tamaño, manchas,....
todo concuerda, se trata de un animal perfecto, ahora sólo necesito
que se coloque a tiro y sin animales que entorpezcan el tiro, casi nada
en ese grupo que se había formado y que tenía de todo.
La espera es interminable, cada minuto se
hace una eternidad, se pasea, come, se mueve, va con una, va con
otra, y tras quince minutos de espera desde que llegó parece que
me escucha y se desplaza a la derecha, mi mejor zona de tiro, luego pido
que se mueva un poco más para que se quede separada del resto, no
quiero dañar a ningún otro animal, no ya porque pueda fallar,
sino porque si la flecha al pasarla toca un hueso la dirección que
puede tomar esa flecha es casi impredecible (he visto cosas muy muy raras
desde seguir en línea recta como si nada a giros de 90 grados).
Levanto mi ballesta intentando no tocar ramas que produzcan ruidos ni movimientos, sólo faltaba que ahora los espantara yo, se ha colocado a buena distancia, unos 22 metros a ojo, afianzo la mano izquierda para que no se mueva con la suelta, quito el seguro, apreto la culata contra el hombro, encaro y espero a que se coloque bien, se mueve un paso a la izquierda, otro hacia adelante, pero aún no está bien (quiero, como todos, que el tiro sea bueno y que el animal no quede herido sufriendo por ahí) por fin se desplaza un poco girando a la izquierda y me da el lateral con la cabeza hacia la izquierda, tiene la cabeza baja, debo esperar a que la levante y tener buena ventana para un tiro limpio.
Se coloca, veo la cruz en su sitio y ... disparo, la flecha vuela, la veo por el visor, impacta en el cuerpo, desaparece brevemente y sale por el lado contrario, estampida general, todos se mueven pero tras caminar unos 20 metros varios machos de mucho porte se paran, se vuelven y miran hacia donde yo estoy, no han sido tocados pero han oído el ruido de la suelta, sin embargo no se fían, cumplen su papel y me muestran su desconfianza de forma sonora, bastante sonora, luego se vuelven y lentamente entran en la mancha de jara y se van a unos 10 m, permanecen un rato y después desaparecen.
Paso revista, la flecha localizada en el suelo, parece que dio bien, la primala salió corriendo y entró en la zona de jaras hacia un pino grande a unos 30m, el resto ha desaparecido. Repaso de lo hecho, movimientos, sensaciones y cálculo de hacia dónde pueden haber ido en esa mancha tan espesa.
Han pasado diez minutos y comienza el atardecer,
son más de las nueve y media, cuando oigo el motor del Land
Rover, ya vienen a recogerme.
Cuando paran, la pregunta que hacemos todos
¿has tirado? pulgar hacia arriba y descenso rápido del puesto,
cruzo la barranquera y alcanzo el terreno labrado, mi primer objetivo,
examinar la flecha, efectivamente, está completamente cubierta de
sangre roja brillante, buena señal, a pesar de haber visto el lugar
de entrada y de que en los primeros trancos de la carrera le había
identificado el punto de salida por el lado derecho del animal con lo que
pensaba que podía ser un fragmento de hueso (por ser de color claro)
el hecho de que la flecha esté en esas condiciones es una prueba
de lo ocurrido.
Oyendo las congratulaciones de Manolín y tranquilizando al guarde sobre la tipología del animal, nos ponemos a buscarla antes de que se nos haga de noche, no queremos dejarla al alcance de zorros o incluso jabalíes.
Me adelanto y comienzo a buscar a unos 50 metros de la pista, y subo hasta casi el final de la ladera, con José Luís a mi derecha y Manolín al extremo derecho, pero nada no hay manera de encontrarla, miramos, remiramos, a la derecha, a la izquierda, debajo de cada mata, por sus senderos, nada.
Pasan 15 minutos y comenzamos a bajar, Manolín (con más experiencia que los demás en esto de buscar las piezas) se para y me pregunta hacia dónde había tomado el animal al correr, saca sus cuentas y decide que con la flecha como estaba, nos encontrábamos muy lejos, había que buscar más cerca, arranca para abajo y hacia un de los pinos grandes que tenía un pequeño claro delante y oigo su grito "¡Aquí!" "¡Baja que está aquí!", no necesito más para salir trotando entre los arbustos y llegar a su lado.
Allí estaba la cierva, echada y mirando hacia el llano, apenas había hecho unos 15 metros después de la pista, lo que sumado a la distancia hasta el lugar donde le tiré suma unos treinta o treinta y pico metros.
El animal se había echado extenuado
y miraba al lugar donde algo la había asustado y le había
obligado a salir corriendo, debilitada por la herida en tan poco tiempo,
se dejó caer al pié del árbol y vigilaba el punto
de donde había salido corriendo, pero esa vigilia duró muy
poco, unos segundos y la muerte le hizo bajar la cabeza y quedar tranquilamente
tumbada, aún mirando hacia abajo.
La tranquilidad de encontrar el animal, que
su muerte hubiera sido rápida y sin sufrimientos innecesarios me
sosiega, Manolín y José Luís se congratulan y me felicitan
y mientras van a buscar el Land Rover para traerlo al punto de la pista
más cercano a donde me encuentro con la cierva, dedico unos momentos
a dar las gracias por una captura bien hecha, y darle gracias al animal
por ese comportamiento y mostrar mi respeto a la naturaleza por la cierva
cobrada.
Cargamos en la parte trasera y nos vamos a recoger a Toni que aún no sabe nada.
Al final la recogida, guardar todo el material, unas fotitos de recuerdo y vamos a cenar que luego hay que limpiar, despiezar y guardar.
Una buena experiencia que espero se repita y que en la próxima Juan Manuel pueda estar y compartir los lances, que sé que él los disfruta tanto como yo, y que como muchos cazadores con años de experiencia con el rifle y la escopeta se muestran ahora más atraídos por este tipo de caza (ballesta o arco) por la dificultad que representa y porque permite mucho más a los animales, pueden ejercer su dominio por el olfato, oído o vista contra nuestros camuflajes y armas de corto alcance.
Gracias a Juan Manuel, a Manolín y
a Toní por compartir uno de estos pocos momentos de los que disfruto
durante el año, el vivir en las islas afortunadas a veces no ayuda
a según que aficiones.
La historia del zorro queda para otro momento,
no hay fotos así que esperaré a ver si el cráneo queda
bien cuando esté limpio y brillante.
©Texto JC Cabrera
©Fotos JC
Cabrera